Para comprender la leyenda del conejo en la luna primero debemos hablar de la historia de nuestros ancestros. Y es que para los antiguos aztecas los cráteres en la luna simulaban la forma de un conejo.
Esto no era casualidad, por supuesto. Para ellos, el conejo (como símbolo) y la luna guardaban una estrecha relación entre sí. Por consiguiente, contar la historia del conejo en la cara de la luna, es hablar de Quetzalcóatl y el sacrificio de la madre naturaleza como parte de nuestro proceso de transformación y trascendencia.
La leyenda del conejo en la luna
Quetzalcóatl, el dios benevolente y curioso, decidió viajar por el mundo en forma de hombre. Pero un día, cansado de caminar por tanto tiempo, por primera vez sintió fatiga y hambre.
Sin embargo, el buen dios siguió caminando y caminando hasta que la noche cobijó el cielo y la luna brilló más hermosa que nunca. Allí, a la orilla del camino, Quetzalcóatl se sentó a descansar, y solo en medio de la oscuridad, vio como un pequeño conejo salía de su madriguera para cenar.
– ¿Qué estás comiendo? .- Le preguntó el dios al conejo.
– Estoy comiendo zacate. ¿Te gustaría probar? .- Respondió el conejo con amabilidad.
– No, gracias. No como zacate.
– ¿Qué harás entonces?
– Morirme de hambre y sed.
Fue entonces cuando el conejo se apiadó de Quetzalcóatl y mirándole a los ojos sin titubear le dijo:
– Yo no soy más que un conejo, pero si tienes hambre puedes comerme. Estoy aquí.
El dio acarició al conejo y le dijo suavemente:
– Tú no serás más que un conejito, pero a partir de ahora todos se acordarán de ti.
Así, el buen dios levantó al conejo muy alto, hasta la luna, y allí estampó su figura. Después el dios volvió a sostenerlo entre sus brazos y le dijo:
– Allí está tu retrato en la luz de la luna. Es para todos los hombres y para todos los tiempos.
Desde entonces, si observas bien, verás la figura de un conejo en la luna. Es el sacrificio de nuestra madre naturaleza y su vínculo con todos nosotros.
La leyenda chinanteca del conejo en la luna
Entre los chinantecos (pueblo de Oaxaca), se dice que el Sol y la Luna eran dos niños: hermano y hermana. Un buen día, ambos hermanos tuvieron que enfrentarse al águila de los ojos brillantes, una entidad que los acechaba ante la gran oscuridad de la tierra.
Tras vencer, Luna reclamó el ojo derecho de oro, y Sol se quedó con el ojo izquierdo de plata. Así, ambos hermanos siguieron transitando la tierra. Fue entonces cuando Luna sintió sed y le pidió a su hermano un poco de ayuda.
Sol prometió ayudar si Luna aceptaba intercambiar los ojos de águila. Luna aceptó después de pensarlo un par de veces. Luego de cambiar, Sol encontró un pozo, pero le aconsejó a Luna no beber hasta que el gran espíritu en forma de conejo bendijera el pozo.
No obstante, Luna desobedeció y comenzó a beber de él. Como castigo, Sol golpeó a Luna con el conejo, y a partir de entonces su cara quedó manchada con su figura.
Luego, los dos hermanos se convirtieron en los grandes astros que influyen sobre la tierra. Sol dorado como el oro y Luna como el color de la plata resplandeciente con su lección marcada en su cara luminosa.
Tochtli en la Luna, de las crónicas españolas en referencia al conejo en la luna
Cuando la oscuridad reinaba sobre la tierra, los dioses se reunieron en Teotihuacán para decidir qué dios iluminaría el mundo. Fue entonces cuando Tecuciztécatl se ofreció como voluntario de manera inmediata.
Nadie más se ofreció como tributo porque todos temían sacrificarse. Sin embargo, algunos dioses recordaron a Nanahuatzin, un dios retraído y silencioso que podría complementar la gran ofrenda.
Nanahuatzin aceptó sin remordimiento. Así pues, los dioses hicieron una enorme hoguera llamada Teotexcalli, el hogar de lo divino. Mientras Nanahuatzin ofrendaba espinas de maguey con su sangre sagrada, Tecuciztécatl ofreció espinas de piedras preciosas.
Una vez todos rodearon la hoguera, Teotexcalli ardió en fuego por cuatro noches seguidas. Pasada las cuatro noches, ambos dioses se prepararon para ofrecer sus cuerpos al fuego mágico de los grandes dioses.
No obstante, tras la orden, Tecuciztécatl comenzó a dudar. Lo intentó hasta cuatro veces, pero por primera vez el dios sintió miedo. Entonces los dioses volvieron hacia Nanahuatzin y le ordenaron tomar la iniciativa.
Inmediatamente Nanahuatzin cerró los ojos y se lanzó en la hoguera. Su cuerpo ardió y Tecuciztécatl encontró el valor que le faltaba. En ese momento, un águila pasó sobre la hoguera y sus plumas se tornaron negras.
También pasó un tigre y como no se quemó, las cenizas pintaron para siempre su piel. De repente, Nanahuatzin salió del fuego, y tal era su brillo que nadie más podía mirarlo.
Después salió Tecuciztécatl, igual de brillante. Pero, los dioses no querían que ambos lucieran iguales en el gran cielo. Fue así como uno de los dioses golpeó a Tecuciztécatl con un conejo para marcar su figura en él y eliminar parte de su resplandor.
Desde entonces Nanahuatzin es el sol, y Tecuciztécatl es la luna con su cara manchada en forma de conejo.
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